lunes, 29 de julio de 2013

Capítulo 1

Desde  lo alto de la derruida almena del castillo de Bayren, que gobierna con puño de piedra Gandia desde tiempos inmemoriales, Cátulo observa el ruidoso descanso de la ciudad.

En ese preciso momento, todos y cada uno de los durmientes, sintieron una sombra que atravesaba sus sueños y llenaron la ciudad de aterrados gritos. Se levantaron de la cama de un salto y los desorbitados ojos de todos ellos mostraban la certeza de que acababan de compartir sus sueños más secretos con un desconocido.

Cátulo sonrió, supo que los próximos días se cruzaría con muchos de ellos y les sonreiría de forma cómplice para hacerles saber que él si conocía sus negras ambiciones.

Todavía no sabía si había ido allí a matar, a que lo mataran o a tomar unas cervezas junto al mar con César Borgleone; dueño y señor de su destino, fuera este el que fuera. Pero lo que si sabía es que en la pantalla de su móvil apareció su número y con el sólo susurro de las palabras “ven a Gandia” se presentó allí seis horas después.

La suave y húmeda brisa - no carente de calidez infernal - le empujó a bajar del castillo por el pedregoso camino tratando de no dejar demasiada evidencia de su edad en forma de moratones. Era consciente de que ciertas hazañas deben dejarse para inconscientes jóvenes que creen que, subiendo a castillos en las noches de luna llena, alcanzarán un romántico poder mágico que les permitirá tener a todas las chicas a sus pies. Mientras tanto, esas mismas  chicas, se  morrean en los pubs cuyas luces se ven desde el mismo castillo por ese que las ha invitado a una copa después de salir del gimnasio. Nuestro adolescente escalador tendrá que conformarse con leer a Baudelaire y sus Flores del Mal; a solas.

El ya no estaba para eso y, de hecho, pensaba que esa costumbre de subirse a lugares altos para observar la ciudad por la noche estaba muy bien para el cine y las películas de terror pero que, por muchas sombras que lograra implantar en los sueños ajenos, la gilipollez podía costarle un esguince.


La próxima vez lo haría desde la terraza de un hotel y con un gin-tonic en la mano. Qué carajo.