miércoles, 7 de agosto de 2013

Capítulo 4

Con la complicidad que dan los años de amistad, ambos caminaron bajo el ya implacable sol de la ciudad en silencio, comprobando Cátulo que César estaba bien pues seguía sumido en sus intelectuales disquisiciones sobre vaya usted a saber qué y, al mismo tiempo, César también comprobaba el buen estado de su compañero al verlo sumido en sus lujuriosas ensoñaciones cada vez que pasaba una mujer.
César buscaba un lugar donde hablar y Cátulo esperaba encontrarlo pronto porque tenía necesidad de otro café y el aire acondicionado. Pero no, tenían que ir a hablar sobre un puente colgante que se asomaba al Rio Serpis y que, para ser verano, bajaba con bastante caudal. Eran tiempos extraños y más que lo iban a ser.
- ¿Qué te parece la ciudad?

- Lo que he visto me está resultando curioso.

- Más curioso te resultará saber que son, realmente, dos ciudades completamente distintas: La playa y la ciudad propiamente dicha.

Durante un breve instante miraron el trascurrir denso y espumoso de las aguas bajo el puente. No era buen presagio si César no pasaba al asunto directamente y empezaba a dar lecciones sobre urbanismo en ciudades litorales.
César arrancó la mirada del cauce no sin gran esfuerzo - parecía que el peso del mundo hubiera caído sobre el - y con la misma voz rota del agua al golpear las rocas con esa constante y violenta dulzura fluvial dijo:
-  ¿Cuánto hace que no matas?

-  Es algo en lo que prefiero no pensar, y si lo hago quiero pensar que fue hace mucho tiempo y siempre por interés o necesidad.

- Pues tienes que recuperar el tiempo perdido.

Volvió a pasar un segundo de esos que se hacen eternos y absorben todo el espacio y el tiempo que giran alrededor como si de un agujero negro  personal se tratara, estirándolo para no tener que preguntar:
-  ¿A quién?

César arrugó el morro como, si de repente, la idea de contarle a quien tenía que matar no fuera tan buena como cuando le llamó.
-  No es tan fácil

-  ¿Ha sido fácil matar alguna vez?

- Depende a quien tengas que matar, ¿no?

- No entremos en temas de ética y moral. Cuéntame la milonga y si me jodes mucho puedo tirarme al rio y asunto resuelto.

César tomó aire que entró hirviendo en sus pulmones y se congeló en su boca:
- En los próximos se citarán aquí de forma extraoficial los presidentes de Carpetia del Norte y Carpetia del Sur.

- Presidentes es la forma elegante que tenéis de llamar a unos dictadores hijos de perra, ¿verdad?

- Verdad, pero lo que tiene que preocuparnos no es eso. Lo que tiene que preocuparnos es que hijo de perra nos interesa más vivo y cual muerto.

- Pues dímelo ya.

- No puedo, no lo sé todavía.

- Yo creo que es fácil de saber ¿Dónde tenemos más intereses? –sacó el móvil y lo conectó – eso seguro que lo pone en la Wikipedia y te lo puedo decir ahora mismo.

César entornó los ojos y movió la cabeza entre la meditación y la resignación.
- Cátulo: No es lo importante donde tenemos más intereses ahora, si no donde los tendremos mañana y, aun más importante, si tenerlos en los dos países suma más que tenerlos en uno solo. ¿Nos interesa que siga la absurda guerra que hay entre ellos?

- Mierda – dio Cátulo en tono de burla sorda - siempre se me olvida que en el juego del  poder son más importante esos llamados intereses nacionales que las vidas humanas. Nunca aprendo ¿verdad?

- Siempre aprendes, pero no aplicas lo aprendido. Bien a lo que íbamos: Aunque ellos son la imagen pública del país, quienes realmente mueven los hilos son sus Ministros del Interior que, casualmente, también estarán aquí y serán los que negocien realmente esa paz para que luego, con gran presencia de cámaras y profusión de actos públicos, los Presidentes firmen una paz que no le interesa a ninguno de ellos.

- ¿Y qué pinto yo?

- Ellos negociaran lo que quieran y tú serás el observador de esas negociaciones oficiales. Pero luego, al acabar estas…se sentarán contigo y negociarás quien te ofrece más por matar al otro. – Cátulo cogió aire para decir algo pero era algo que ya sabía César – Y no, no vais a matar a los cuatro.

- Pero…

- El Ministro que te ofrezca más por matar a su presidente será el que ascienda a dicha presidencia y, como ya te imaginas, será un juguete en nuestras manos.

Inapelable argumento, sí señor, pero a Cátulo no se le había escapado un matiz en la conversación. Nunca se le escapaban.
-  ¿Has dicho que vamos a matar?¿Plural?

-  Ajá, esa es la parte que más te va a gustar: Ivo Kädric será el ejecutor.

De repente sintió como las gélidas y oscuras piezas que formaban el puzle de su alma saltaban en pedazos e iban a adherirse a épocas del pasado donde era la sombra de Kädric la que se proyectaba en sus peores pesadillas y en sus vigilias donde mataba, mataba y mataba disfrutando con ello. Y mató a alguien muy cercano, demasiado cercano para que la venganza no fuera el motor de la vida de Cátulo. Por ello César le hizo una oferta imposible de rechazar entre hombres razonables como ellos:
- Facilítale que mate y luego mátalo tú.

Y sin llegar a asentir César vio como en cada poro de la piel de Cátulo brillaban espesas gotas del veneno de la venganza.

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