martes, 20 de enero de 2015

Metódica Venganza 2


Si quieres leer el Capítulo 1 clica en el enlace
 




 
La percepción del dinero cambia en función de cuanto dispongas. La percepción de la muerte lo hace en función de su proximidad. Yo tengo poco dinero y a otros les queda poca vida pero esto no lo saben y pasan sus últimas horas derrochando ambas.

Treinta céntimos por una barra de pan se me antojaban, de repente, un precio abusivo por un alimento de absoluta necesidad  así que me veo obligado a cometer mi primer delito serio: robar.

Busco una tienda china a la que no vaya a volver jamás. Espero a que nadie me mire pero tengo la seguridad de que el dependiente me vigila por las cámaras; siempre lo hacen. Cojo una barra de pan y salgo corriendo con un temblor en las piernas que dificulta la carrera.

Con los dientes apretados hasta casi sangrar miro con agudeza vital la esquina con la certeza de que allí me esperan los miembros de alguna triada dispuestos a descuartizar mi cuerpo y diseminar  los trozos y órganos entre los negocios que controlan para hacerlo desaparecer. No ocurre nada y planificar el robo de un casino en Las Vegas ahora no me parece tan complicado.

Al final, con tantas emociones, se me ha quitado el hambre, sigo con mis 7,20 euros en el bolsillo y he aumentado mi patrimonio con una barra de pan.

Soy nuevo en esto del matar así que necesito un plan sencillo, muy sencillo, que esté acorde a mi voluntad y a mis capacidades. Un plan que podría resumirse en algo parecido a mirar a los tíos cara a cara y descerrajarles un tiro a bocajarro a cada uno. No sé donde conseguir una pistola, balas y mucho menos soy capaz de acertar con dos disparos en la cabeza de dos tíos que, a buen seguro, no se quedarán quietos. Busco un plan B: matarlos como sea.

Ninguno de los dos planes me convence; son muertes demasiado rápidas. No, el plan debe consistir en cogerlos, llevarlos a algún sitio tranquilo y una vez allí desarrollar mi fructífera y siniestra imaginación. Si he podido robar el pan también puedo hacer esto.

Estoy totalmente seguro de que mi absoluta voluntad de matarlos, mi deseo de venganza que anega lo que pudiera quedar humano en mí y la falsa invulnerabilidad en la que habitan esos perros son las mejores armas de las que puedo disponer. ¿Qué puede fallar?

He de descartar factores que compliquen la ejecución y la policía es uno de ellos. Un día u otro me cogerán así que no voy a ir escondiéndome de las cámaras o tomando precauciones similares que me alejen de mi objetivo vital. Evitar a la policía es algo que no puedo controlar, y si no puedo controlarlo no quiero gastar energías.

La puesta en marcha del plan ha de ser rápida por dos motivos. Uno egoístamente ético: Seguir actuando bajo la lucidez de la ira desbordada buscando una justicia malentendida. Otro práctico: que no se me acabe el dinero o tendré que pasar por la vergüenza de tener que tocar  Paquito el Chocolatero con una flauta vieja en los vagones de metro.

Necesito ciertas habilidades y conocimientos de los que carezco pero, y esto es lo más grave, tampoco conozco a quien pueda enseñármelos. Eso sí, tengo mis zapatos de piel marrón y tacones de cuero y nadie que los necesite puede negarse a cambiarlos por un pequeño retazo de conocimiento.

 Un vagabundo los acepta y se compromete a ponerme en contacto con  la persona que me enseñará a abrir coches, en concreto de la marca Audi; el resto de las marcas no me importan y considero que es un conocimiento que no volveré a usar jamás.

Tras el trueque salgo ganando sin lugar a dudas: cambio zapatos por zapatillas que, aunque agujereadas y sucias son mucho más cómodas. El vagabundo – un polaco con una desgraciada historia de amor macerada en alcohol - comparte una lata de atún y un cartón de vino que maridan perfectamente con mi pan y con el hambre atrasada de ambos. Y, sobre todo, me da el nombre de quien puede mostrarme el camino más corto y rápido al interior de un Audi blanco.

 Mi maestro en las artes del hurto tiene otras necesidades y acepta como pago mi móvil de última generación con el bonus añadido de los videos placenteramente comprometedores de mis parejas excesivamente ocasionales.

En cuestión de tres horas y cuarenta y seis minutos soy capaz de abrir un Audi.

Dice que nunca había visto nada igual, le digo que me la trae floja y me da un consejo justo antes de despedirnos  mientras el humo de un canuto colgado de sus labios dibuja aterradoras figuras en el gélido aire:

- Si jodes a esos capullos no pararan hasta matarte.

- No harán nada a nadie, no te preocupes.

- Ellos no, su banda.

Me parece un consejo lo suficientemente sensato como para obviarlo y me dirijo al parking de la hamburguesería. Espero, espero, espero, sopeso mínimamente la posibilidad de dejar la ira aparcada junto a cualquier coche e implorar para que me readmitan en el trabajo; la desecho, y cuando empiezo a flaquear por el hambre, el frio y no tener nada que leer aparece el Audi blanco con matrícula 0013HHH.

Se bajan del coche asegurándose que se vea la esvástica tatuada en el antebrazo de uno de ellos y la calavera en el cuello del otro. Parece que este mundo no basta con ser gilipollas si no que, además, hay que hacer ostentación pública de ello.

Me han visto y se encaminan hacia mi gritándome con su torva mirada que la broma está empezando a joderles, aunque no más que una mosca cojonera a la que se pueda aplastar como diversión cuando lo consideren oportuno. Y están empezando  a considerarlo oportuno.

- Vaya, parece que al pringado de la corbatita roja no le quedaba más dinero que el que llevaba en la cartera.

- Me quedan más euros que horas de vida a vosotros.

Al ver el fondo de su mirada consideré, brevemente, que la venganza ya no parecía tan buena idea como hace unas horas. La carcajada autosuficiente de uno de ellos resquebraja la confianza infinita del otro que no veía con apasionado optimismo que alguien les jodiera la comida dos días seguidos.

No habrá un tercero.

Son las 14:17, sigo teniendo mis 7,20 €, mis pies están más descansados y mis pensamientos solo apuntan hacia ellos.

Comienza el espectáculo.

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